lunes, 26 de mayo de 2008

Su hijo y usted

Su hijo y usted, dos clases sociales diferentes

Sixto Jiménez

Estamos construyendo una enorme brecha generacional. En la hipotética pero fácilmente localizable familia cuya situación les propongo analizar, el padre adquirió en su día una vivienda cuyo coste en términos de años de salario fue muy inferior al que afronta su hijo. Gracias a ello, unos años después de estrenarlo empezó a acumular ahorro, cosa que su hijo quizás podrá hacer cuando acabe de cumplir su condena de treinta años y un día de reclusión en casa por exceso de deuda bancaria.

El padre tiene desde hace unos años una fuente de enriquecimiento adicional por el resultado de sus inversiones bursátiles y aumento del valor de su primera y segunda viviendas. El hijo difícilmente llegará a poseer acciones o una segunda vivienda, salvo herencia; y si llega a gozar de la contemplación de una fuerte revalorización de la primera vivienda será a costa de ver a su propio hijo vivir en la casa paterna pasados los cuarenta por incapacidad de adquisición de vivienda propia.

El sistema de producción de riqueza en base a mercado y competencia tiene defectos pero es una máquina de asignar recursos eficaz y flexible. El sistema de distribución de ingreso y asignación a fines sociales de la riqueza creada es, por el contrario, escandalosamente ineficiente. El acceso al empleo de un porcentaje de población cada vez mayor; la ilusión de riqueza creada por el aumento de valor de la propia vivienda; y el ocultamiento del verdadero estado patrimonial de la mayor parte de los jóvenes gracias a la red de apoyo familiar, hacen que gran parte de la Sociedad no perciba el problema que se está creando o sienta deseos de mirar hacia otro lado.

Bienvenida sea la competencia. Hay mucha más riqueza a crear si se hace competir de verdad a las grandes empresas que están creando en distintos sectores oligopolios bien avenidos a cuya sombra engordar sin esfuerzo.

Bienvenido sea el control de la ayuda social para evitar que se cree una masiva casta de acomodados a ser amamantados por el sistema de bienestar social. Bienvenida sea la exigencia de eficacia a las administraciones públicas que consumen una gran parte de los recursos que se les confían en sus propios gastos de transformación y servicio con escasa exigencia de productividad y calidad al ser un monopolio, el mayor y más costoso monopolio.

Pero no confundamos un sistema de libre competencia con la pacífica convivencia oligopolística, ni el capitalismo popular con el control de sociedades cotizadas por pequeños grupos sin más interés que el volumen y longevidad de sus prebendas, ni la sociedad desarrollada con la compuesta por unas pocas grandes fortunas, una considerable clase media y una gran masa de mileuristas hipotecados condenados a no mejorar su suerte durante décadas.

En la economía del siglo XXI los rendimientos y revalorizaciones de los activos financieros e inmobiliarios son una parte importante de la generación de riqueza y solo son accesibles a quienes poseen un capital de partida o capacidad de ahorro. Amplias capas de la población carecen de ambos y carecerán durante décadas, por tener que afrontar una inversión en primera vivienda tan descomunalmente elevada en proporción a su ingreso, que les bloquea el acceso a la condición de ahorradores-inversores. Son una subclase para décadas, tal vez para siempre. La forman nuestros hijos.

El acceso a la vivienda con un nivel de esfuerzo financiero razonable, no es solo un deber ético para con los ciudadanos jóvenes, sino que es también una necesidad social para evitar las consecuencias que a la larga ocasionará la cascada de problemas económicos y sociales derivados de tal situación.

Cuando hemos alcanzado nuestro mejor nivel económico de la historia hasta poder ser calificados de sociedad opulenta que desborda en infraestructuras costosísimas, hemos permitido que el precio del bien de inversión esencial para un ciudadano, su propia vivienda, le resulte a la nueva generación más inaccesible que nunca, o accesible en base a anular la capacidad de ahorro de 30 o 40 años, de toda una vida activa.

1 comentario:

Unknown dijo...

Sixto, se puede decir más alto pero no mas claro, hablas de un síntoma de una enfermedad crónica y profunda. Cuando escrutamos nuestra deriva destructora hay demasiadas cosas que recuerdan al discurso del Jefe Indio de los Suquamish en 1854 al Gran Jefe Blanco de Washington "Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga, y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Les secuestra la tierra a sus hijos...Tampoco le importa, tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o piedras de colores. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solo un desierto..."
En fin, que en las sociedades opulentas tenemos más piedras y papeles de colores, pero dejamos a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos al borde de cien abismos. Hace falta una revolución cultural y política. El actual sistema, las actuales oligarquias, el despiste demasiado tibio de los partidos y las bases sociales sumidas en la impotencia sumisa y poco participativa... llevan a pensar que hay que recrear todas las fórmulas y todos los flujos... pero que sólo hay una idea clara ya no vale esconder la cabeza bajo el ala y decirle a nuestro hijo aquella vieja canción de "yo luché muy duro en tiempos difíciles, corri delante de los grises, pero ahora le toca luchar a tu generación". Hace falta un cambio intergeneracional. Reflexión, pedagogía y acción colectiva. Por qué no soñar con políticos, ejecutivos y empresarios dispuestos a no llegar a fin de legislatura por decisiones etico-sociales a la altura de la situación (inmigraciones, especulación de los agrocombustibles, vivienda...) por qué no soñar con una sociedad del consumo convertida en una sociedad de la conciencia. Frente al sobreconsumo sobriedad creativa, soberanía alimentaria, globalización de la solidaridad y del conocimiento, tasas a la especulación, control del poder omnimodo de las multinacionales y de la presidencia imperial de EEUU, economía solidaria, justicia comercial... Otro mundo es posible. Jaxin

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