Su hijo y usted, dos clases sociales diferentes
Sixto Jiménez
Estamos construyendo una enorme brecha generacional. En la hipotética pero fácilmente localizable familia cuya situación les propongo analizar, el padre adquirió en su día una vivienda cuyo coste en términos de años de salario fue muy inferior al que afronta su hijo. Gracias a ello, unos años después de estrenarlo empezó a acumular ahorro, cosa que su hijo quizás podrá hacer cuando acabe de cumplir su condena de treinta años y un día de reclusión en casa por exceso de deuda bancaria.
El padre tiene desde hace unos años una fuente de enriquecimiento adicional por el resultado de sus inversiones bursátiles y aumento del valor de su primera y segunda viviendas. El hijo difícilmente llegará a poseer acciones o una segunda vivienda, salvo herencia; y si llega a gozar de la contemplación de una fuerte revalorización de la primera vivienda será a costa de ver a su propio hijo vivir en la casa paterna pasados los cuarenta por incapacidad de adquisición de vivienda propia.
El sistema de producción de riqueza en base a mercado y competencia tiene defectos pero es una máquina de asignar recursos eficaz y flexible. El sistema de distribución de ingreso y asignación a fines sociales de la riqueza creada es, por el contrario, escandalosamente ineficiente. El acceso al empleo de un porcentaje de población cada vez mayor; la ilusión de riqueza creada por el aumento de valor de la propia vivienda; y el ocultamiento del verdadero estado patrimonial de la mayor parte de los jóvenes gracias a la red de apoyo familiar, hacen que gran parte de la Sociedad no perciba el problema que se está creando o sienta deseos de mirar hacia otro lado.
Bienvenida sea la competencia. Hay mucha más riqueza a crear si se hace competir de verdad a las grandes empresas que están creando en distintos sectores oligopolios bien avenidos a cuya sombra engordar sin esfuerzo.
Bienvenido sea el control de la ayuda social para evitar que se cree una masiva casta de acomodados a ser amamantados por el sistema de bienestar social. Bienvenida sea la exigencia de eficacia a las administraciones públicas que consumen una gran parte de los recursos que se les confían en sus propios gastos de transformación y servicio con escasa exigencia de productividad y calidad al ser un monopolio, el mayor y más costoso monopolio.
Pero no confundamos un sistema de libre competencia con la pacífica convivencia oligopolística, ni el capitalismo popular con el control de sociedades cotizadas por pequeños grupos sin más interés que el volumen y longevidad de sus prebendas, ni la sociedad desarrollada con la compuesta por unas pocas grandes fortunas, una considerable clase media y una gran masa de mileuristas hipotecados condenados a no mejorar su suerte durante décadas.
En la economía del siglo XXI los rendimientos y revalorizaciones de los activos financieros e inmobiliarios son una parte importante de la generación de riqueza y solo son accesibles a quienes poseen un capital de partida o capacidad de ahorro. Amplias capas de la población carecen de ambos y carecerán durante décadas, por tener que afrontar una inversión en primera vivienda tan descomunalmente elevada en proporción a su ingreso, que les bloquea el acceso a la condición de ahorradores-inversores. Son una subclase para décadas, tal vez para siempre. La forman nuestros hijos.
El acceso a la vivienda con un nivel de esfuerzo financiero razonable, no es solo un deber ético para con los ciudadanos jóvenes, sino que es también una necesidad social para evitar las consecuencias que a la larga ocasionará la cascada de problemas económicos y sociales derivados de tal situación.